
El que era ya símbolo de la lucha racial es encarcelado al volver de Argelia y comienza una larga etapa de cautiverio. En 1962, la policía asalta los despachos del CNA en la ciudad de Rivonia, detiene a varios de sus miembros y descubre un diario de Mandela, titulado 'Operación Mayibuye', en el que se recogen sus planes de lucha guerrillera. Estas hojas le conducen directamente a la cárcel, 18 años en Robben Island, en Ciudad del Cabo, bajo una pena de cadena perpetua que le convertiría en el preso político más famoso del siglo XX. El número de prisionero 46664 sería su símbolo. | Foto: Nelson Mandela, en la cárcel de Robben Island / Keystone





No fue la única jugada que salió de la cabeza de los concienzudos líderes del Partido Nacional. Antes del 17 de junio de 1991, el Apartheid se suavizó para mestizos e indios, a los que se les creó una 'cámara parlamentaria de palo' como la que tuvieron en tiempos de la colonia británica. La pérdida de esa representación, así como la de casi todos sus derechos, fue la que empujó a indios y mestizos a unirse al CNA (no sin muchas discusiones sobre la idoneidad de compartir con los negros un mismo programa político. Los recelos eran mutuos). Por entonces, la propaganda del Partido Nacional consistía en un cómic que se entregaba a la población de Ciudad del Cabo que decía: «CNA: asesino de mestizos y de granjeros».
En ese panorama social y político se derogó la última norma del Apartheid legal, pero ¿terminaba el Apartheid social? Tras dos décadas, cuatro elecciones y tres presidentes, el CNA domina políticamente Sudáfrica con una superioridad que sólo tiene contestación en Western Cape (provincia de Ciudad del Cabo), donde gobierna la Democrática Alianza, partido multirracial pero liderado por una blanca. La mayoría del voto mestizo y blanco va a la única oposición del ahora poderoso partido gubernamental. «A los mestizos no nos gusta el CNA», dicen ellos. En la práctica aquel maquiavélico cómic del Apartheid es una realidad social: los
granjeros blancos se sienten amenazados y muchos han decidido marcharse y vender sus tierras por la violencia y los mestizos viven separados de los negros, con los que mantienen una relación tensa. De hecho, en las propias 'townships' sigue habiendo una separación de razas. Hay 'townships' de negros y de mestizos, pero es casi imposible verlos mezclados.
El dinero, por su parte, sigue en manos de los blancos y de una muy minoritaria parte de la población negra (en muchos casos conectada al poder político y salpicada de flagrantes casos de corrupción). Una de las grandes sorpresas de los políticos del CNA fue comprobar cuando tomaron el poder que la caja estaba vacía. «Pensaban que el Apartheid les dejaría un país rico y se encontraron con una bancarrota», explica Alec Rusell en su libro 'Después de Mandela'. El CNA aprobó entonces una ley, la BEE, por la que las empresas tienen la obligación de contratar empleados en proporción al número de habitantes de cada raza. En la práctica, para muchos, un Apartheid a la inversa; para otros, justicia social tras años de brutal represión.
Lo que se ha conseguido es reinventar clases sociales. Hay una incipiente clase media negra/mestiza y una incipiente clase blanca pobre. Muchos blancos están emigrando a otros países por la falta legal de oportunidades. Sin embargo, el proceso de cambio es muy lento y es fácil de entender con sólo pasear con el coche por muchas localidades. La perfecta ciudad de casas victorianas de los blancos está aún rodeada de miles de casas miserables donde viven los negros y mestizos hacinados. Hay mejoras, pero queda mucho por hacer.
La unión social parece lejana. Hay siempre una tensa calma. Las distintas razas viven juntas pero sin mezclarse (algo más en las generaciones más jóvenes). Las parejas mixtas son una quimera. El último escollo racial está afectando a los negros inmigrantes de otros países, que son rechazados violentamente por la población local que ve en ellos una amenaza a sus puestos de trabajo. «Éste es un país racista de todos contra todos», denuncian los ahora perseguidos y hasta hace poco 'hermanos africanos'.
En Kwla Zulu Natal sigue habiendo heridas abiertas entre las huestes del viejo líder de Inkatha, Buthelezi, y el CNA. «Quieren venir a amenazarnos a nuestra tierra», declaraba Buthelezi antes de las elecciones locales de mayo de 2011. Se refería a las juventudes del CNA, que pretendían manifestarse ante la misma casa del viejo líder para enseñar que ahora ellos tienen el poder y que no olvidan. La respuesta fue volver a ver a zulúes armados avisando de que allí no entrarían. Imágenes que recordaban a las pesadillas del pasado. No pasó nada, no hubo choques.

Veinte años después de caer la última ley del Apartheid, Sudáfrica da razones a optimistas y negativos para dibujar su futuro. Quizá el país del arcoíris que bautizó el obispo Desmond Tutu sea un imposible. Quizá éste sea el nuevo Zimbabue, liderado por las revolucionarias juventudes del CNA que declaran abiertamente su intención de nacionalizar minas y granjas. Pero quizá no. Quizá el mandato de Mandela de vivir en paz sea inamovible (lo será al menos mientras él viva). Quizá la invariable mejora de su macroeconomía haga que germine el proyecto en el que negros, mestizos y blancos vivan juntos años después de acabar uno de los regímenes más atroces que ha inventado el ser humano. Ya lo advirtió Mandela entonces: «Pasarán muchos años para superar los efectos de estas leyes racistas».
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